Autor: Salustio Cobo.
Sr. Don Benjamín Vicuña Mackena
París, agosto 14
de 1860.
Mi querido amigo:
Paseándome por
el zaguán del hotel, hacía mi composición de lugar, cuando el
portero, llamándome la atención hacia una figura de hombre, que, por
su inmovilidad y adhesión a la esquina de enfrente, parecía un bajo
relieve de la muralla, me dijo:
-¡Ese es el general Rosas!...
Los avispados muchachos de las escuelas que andaban por allí
gozando de su asueto del domingo, se dirigían también unos a otros
la citada frase del portero y agregaban, señalando el tren de paseo
que teníamos a la puerta: "¡Esos son sus caballos!-. Estas mismas
frases eran repetidas por todos los transeúntes; mi curiosidad no
las desperdiciaba, pues servían como para familiarizarme
anticipadamente con el objeto que luego iba a tocar.
Estaba yo
como el niño que obligado a entrar en un cuarto a oscuras, hace alto
a la puerta y se conforta y se anima con oír hablar por las
vecindades.
Un paso más y me hallo en plenas tinieblas: Rosas
estaba delante de mí.
-No esperaba yo respuesta tan elocuente de
parte de V. E. díjele por saludo.
-No, nada de eso ... yo vivo
aquí de cualquier modo - contestóme.
El desprendimiento casi
nativo de las etiquetas del poder se veía marcado en el tono con que
Rosas profirió esta excusa; la indolencia acomodaticia del huaso, en
los modales que la acompañaron, la presteza del que quiere
despacharse de un asunto trivial, en el movimiento que hizo al
quitarse el sombrero. -¿Qué tal lo pasa, V. E., con la vida de
Inglaterra?
-Bien, paisano. A mí me va bien en todas partes, y
particularmente con éstos de por acá, a quienes conozco mucho.
¡Treinta años en que no he hecho otra cosa que estudiar al hombre!
¡Y me precio de conocerlo! Así es que ahora estoy escribiendo tres
obras, de las que me permitirá que le dé noticia.
-Nada me sería
más agradable que enterarme de las meditaciones de V. E.
-Son
tres obras y otras que llamo apuntes varios sobre la época de mi
gobierno, para lo cual tengo tres cuartos llenos de papeles.
-Interesantísimo sería que esos apuntes llegasen a América y yo
quisiera que fuesen a poder de los escritores de Chile.
(Me
acordé en el acto del autor del Ostracismo de los Carreras y futuro
comentador de las tristezas de O'Higgins).
-A cualquier parte,
menos a Chile -respondióme . ¡Dios me libre! ¡Chile! ¡Chile! Me ha
dejado abandonado en mi desgracia. Son unos ingratos todos los
gobiernos de América, después que yo la he elevado tanto en el
concepto de las naciones europeas. Esos gobiernos han permitido que
se me confisquen mis bienes, "cuando yo no he confiscado los de
nadie-. ¡Represalias!, dicen. Yo lo único que decreté fué embargos
temporales, para mientras los emigrados se mantenían en estado de
rebelión contra el gobierno. ¡Que yo he robado! ¡Falso, paisanos Ahí
tengo los documentos de todo lo que se ha gastado en mi tiempo, casi
todos ellos han sido otorgados por los mismos que están gritando
contra mí en Buenos Aires. Día llegará que yo les pruebe que me
acusan a mí por las sumas que ellos, y sólo ellos, han recibido. Mío
propio y no de nadie es lo que confiscan. Con la amistad que Lord
Palmerston me dispensa, bien podría yo, haciéndome súbdito inglés,
imponer el respeto a mis derechos. No lo hago por consideraciones
que creo deber al pabellón y al gobierno de mi patria, como quiera
que se titule. Y como iba a decir a usted, tres son las obras que me
ocupo en escribir: la una es sobre la "ley pública-.
-Sírvase V.
E. explicarme qué es lo que apellida -ley pública-.
De la
explicación llena de discordancias y de digresiones (aun estas
mismas incoherentes) que me hizo Rosas vine a colegir que se propone
escribir un libro de "derecho público", a cuya doctrina suscriban
documentalmente todas las naciones, en precaución de la divergencia
de opiniones que complican la expedición de los negocios y que le
han quemado las pestañas al laborioso jefe de la cancillería de
Palermo.
Distingue la ley pública de la ley individual (derecho
civil) y se propone modificarla principalmente en la parte de
derecho testamentario, cuyos principios, a juicio del ex gobernador,
debieran ser dictados, antes que por los deberes del estado civil,
por la libre espontaneidad de los afectos. Tratando de esta materia
y no sé si con la mira de hacer referencia a la ley pública o a la
ley individual (porque en una conversación con Rosas es imposible
saber de lo que está hablando), agregó, como quien murmura para sí:
"Eso que llaman derechos del hombre no engendra sino la tiranía". Ni
sé cómo pasó a hablarme -puesto que lo oía sin interrumpirle de su
predominio sobre los labradores ingleses. -Ningún inglés saca tanto
del trabajo de los peones como yo de los míos ... ¿Por qué? Porque
me ven que yo mismo cojo la azada para darles el ejemplo. Y vea
estas manos, paisano, tóquelas... ¡Me pareció que iba a ser
lastimado por las uñas del tigre!
-¿Cómo le parece a usted que
paso yo todo el día? Así.. dispénseme. - Se quitó la levita y quedó
en mangas de camisa.
-¿Por qué mis tropas andaban tan listas y
me eran tan fieles? Tres gritos se daban antes de empezar un ataque.
Buscó en su memoria las frases que ya tenía en la boca a todo
abrir...
-Era el primero: "¡Viva la Independencia Americana!-
Yo tuve que hacer un esfuerzo para no parapetarme detrás de la
silla en que me hallaba sentado, cuando vi a Rosas empinarse para
remedar el diapasón sostenido de su histórico primer grito; y que
penetrarme de toda la realidad del momento, para no creer que veía
un machete en aquellos brazos echados al aire y casi desnudos. ¡Aquí
del mentor de Achiras y de su Telémaco! Quiroga estaba tras de ese
fantasma, aparecido en un pestañar de mis ojos; dentro del fantasma
debían hervir las furias evocadas de la mazorca. ¡Mi reino por un
caballo!, parecía que dijera Rosas en esa transfiguración obrada por
su fantasía. ¡Los devotos de cierta incurable de nuestro hospicio
habrían de buena gana llamado al exorcista! (Alusión a una
pretendida endemoniada). Como expelido el demonio por un cordonazo a
traición, Rosas se calmó, se puso la levita, tomó asiento y omitió
los otros dos gritos prometidos... se fué el caudillo gobernante,
quedó otra vez el gaucho.
-Mi segunda obra es sobre la religión
del hombre. Yo soy católico, en la religión apostólica romana, y no
por ninguna otra razón sino porque mis padres lo han sído; y así
opino que todas las religiones deben respetarse.
Al llegar a
este punto de sus literarios trabajos, Rosas me refirió una anécdota
de familia, ordenada a demostrar que es imprudente asustar a un
enfermo con la presencia de los sacramentos. Y con tal motivo se
lamentó de la inseguridad y mal gobierno de la medicina, pasando a
hacer mención de su tercera obra, que versa sobre la ciencia médica.
Ya bastaba de divagar y era preciso que me pusiese al corriente de
sus actuales circunstancias domésticas.
-¿Y qué es de la vida de
la señorita Mánuelita?
-Me ha faltado; me ha dado un
pesar.- se ha casado.
-Siento entonces haber traído el hecho a
la memoria de V. E. Se servirá excusarme.
-No, nada de eso,
estamos en la mejor armonía. "Máximo, le dije yo, dos condiciones
pongo: la primera, que yo no asistiré a los desposorios; la segunda,
que Manuelita no seguirá viviendo en mi casa". Y es así que están en
Londres, de donde me escriben todas las semanas. No sé qué le dió a
Manuelita por irse a casar a los treinta y seis años, después que me
había prometido no hacerlo y hasta ahora lo había estado cumpliendo
tan bien, por encima de mil dificultades. ¡Me ha dejado aban-
donado, solo mi alma! Y lo peor es que a ella también le han
confiscado sus bienes propios. ¡Semejante rigor con una niña que no
ha hecho otra cosa que labrarse el aprecio de todos y ser el encanto
de los extranjeros! Muy mal estoy con los gabinetes de América.
Ahora las potencias europeas están haciendo con ellos lo que se les
antoja. No era así en mi época.
¡Ah! ¡Ah! Todo podrán decir de
mí, pero nunca dirán: a Juan Manuel de Rosas le faltó energía.
¡Hasta el último la tuve, paisano! Gobernar treinta años... ¿quién,
quién hace eso? ¿Por qué gritan contra mí? ¿Qué he hecho yo? Todo el
bien que le he podido hacer a mi patria. ¿Qué hago? Estar resignado
en mi desgracia y nada más. Yo no fumo, yo no bebo, yo no almuerzo,
yo no como. Todo lo que tomo es una cenita a las diez de la noche, y
para eso me la cocino yo con mis manos.
¿Puede darse mayor
retiro y mayor prescindencia de todo? Yo podría disponer que la
prensa de Inglaterra y de Francia tomasen mi defensa; no lo quiero,
y así se lo he dicho a Lord Palmerston. Después de mis días se sabrá
todo. He hecho mi testamento. A Lord Palmerston lo dejo por albacea
y el encargo que guarde mis restos, unidos a los de mi esposa en
Buenos Aires, en el panteón de Southampton, -oponiéndose
absolutamente a que los extraiga el gobierno argentino, pues por
allá los injuriarían". -
Al despedirse le rogué que me
permitiese corresponder a su visita. Me dió su negativa, en lo mucha
que me preconizó la inviolabilidad de su doméstico retiro y en la
eficaz oferta que me hizo de volver repetidas veces a mi hotel,
durante los días que yo hubiese de permanecer en Southampton.
No
obstante, me creí obligado a ir tras de sus pasos a depositar mi
tarjeta en el buzón de su vestíbulo.
Aquí tienes lo que me ha
pasado con Rosas.
Tú, mejor que yo mismo, quizás deduzcas de
esta entrevista, mirada a la distancia, un juicío aproximativo sobre
Rosas.
Puede que adónde no alcanza el rumor de tas palabras
llegue más claro su sentido.
De mí no sé decir, sino que aquel
hombre desapareció de mi vista, como la visión de un sueño, o el
reflejo de un celaje. ¡Es tan incomprensible y tan indefinido! Tú,
que tienes las prácticas de las cosas históricas de América, ayúdame
desde Lima a conocerlo.
¿Qué es Rosas? ¿Convienes en lo
siguiente: que para la fisiología es un loco, para la historia un
tirano; y para la predestinación puede ser lo que han sido Carlota
Corday, jacobo Clemente, el clérigo Merino y tantos otros
instrumentos ciegos del crimen?
Esos nacieron para asesinar a un
hombre; ¡puede que Rosas haya nacido para asesinar a un pueblo! Tal
vez, ni abrigar sabe el rubor de su crimen, y quién sabe si a la
hora de su muerte no dé la misma cuenta de la mazorca que de la San
Bartolomé- dió el degollador Gaspar de Tavannes.
El confesor
había ya oído, del moribundo, la confesión general de su vida, y ni
una palabra siquiera en sus labios de la San Bartolomé. ¡Qué! ¿Nada
me decís de la San Bartolomé? "La niro, respondió el Mariscal, como
una acción meritoria en CuYa virtud me han de ser perdonadas mis
culpas..
Rosas es un malvado, venimos repitiendo toclos. ¡Quién
sabe si no habrá una voz que salga diciendo: Rosas es un misterio!
En lo que si podemos convenir, desde luego, es en que se ha mostrado
y aparece todavía no menos grande que Satanás. Bajo del pedestal de
la gloria del uno como del de la gloria del otro, pueden escribirse,
con igual justicia, estos versos de Voltaire:
"Le crime a ses
héros, I'érreur a ses maftires. Du vraie zéle et du faux, vains
juges que nous sommes Souvent des scélérats ressemblent aux grands
hornmes..
La tentación del hombre ha inmortalizado al uno hasta
entregar su fama a la epopeya; la inmolación de un país
inmortalizará al otro; hasta transmitirlo a las maldiciones sin fin
de los siglos.
Si yo encontrase por ahí a Satanás, ¿cómo mi
admiración no habría de querer contemplarlo?
El mismo deseo le
manifesté a Rosas, se lo expuse en mi carta de Southmapton; su
vanidad me halló razón y el juicio de todos no me la negará. Quedan,
pues, justificadas mi carta y la entrevista a que dió lugar.
Salud, etc., etc.
Firmado: Salustio Cobo.
Carta de Salustio Cobo a
Benjamín Vicuña Mackena, 14 de agosto de 1860, en Luis Franco, "El
Otro Rosas", Buenos Aires, Reconstruir, 1964.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar