Construir al mundo en su conjunto exige liberarse de dominadores particulares.
Hace exactamente veinte años, dije al pueblo argentino:
Nunca me he sentido otra cosa que un hombre demasiado humilde al servicio de una causa siempre demasiado grande para mí, y no hubiese aceptado nunca mí destino si no fuera porque siempre me decidió el apoyo cordial de nuestro pueblo.
La conformación de nuestra doctrina, que pueden aceptar todos los argentinos porque tiene caracteres de solución universal y que, incluso, puede ser aplicada como solución humana a la mayor parte de los problemas del mundo como tercera posición filosófica, social, económica y política constituyó la primera etapa de lo que podría denominarse la despersonalización de los propósitos que la revolución había encarnado en mí.
No se vence con violencia: se vence con inteligencia y organización; necesitamos seguir estructurando nuestras organizaciones y hacerlas tan poderosas que en el futuro sean invencibles; el futuro será nuestro.
Antiguas palabras, éstas, pero conservan aún toda su vigencia. Regresan hoy para señalar el curso de nuestro irreversible proceso revolucionario y de una vocación de grandeza, que no se puede torcer ni desvirtuar.
Vivimos tiempos tumultuosos y excitantes. Lo que antes apareciera como simple hipótesis y, generalmente, como teoría negada o discutida, es hoy una realidad universal que está determinando el curso de la historia.
La hora de los localismos cede el lugar a la necesidad de continental izarnos y de marchar hacia la unidad planetaria.
Felizmente, este tiempo que nos toca vivir, y dentro del que somos protagonistas inevitables, nos encuentra a los argentinos unidos como en las épocas más fecundas de nuestra historia.
Es un verdadero milagro el que podamos ahora dialogar y discrepar entre nosotros, pensar de diferente manera y estimar como válidas distintas soluciones, y llegar a la conclusión de que, por encima de los desencuentros, nos pertenece por igual la suerte de la patria, en la que está contenida la suerte de cada uno de nosotros, en su presente y en su porvenir.
Ha comenzado de este modo el tiempo en que para "un argentino no hay nada mejor que otro argentino".
Esto sólo es ya revolución de suficiente trascendencia como para agradecer a Dios que nos haya permitido vivir para disfrutarlo.
Se percibe ya con firmeza que la sociedad mundial se orienta hacia el universalismo que, a pocas décadas del presente, nos pueden conducir a formas integradas tanto en el orden económico como en el político.
La integración social del hombre en la tierra...
La integración económica podrá realizarse cuando los imperialismos tomen debida conciencia de que han entrado en una nueva etapa de su accionar histórico y que servirán mejor al mundo en su conjunto y a ellos mismos, en la medida en que contribuyan a concebir y accionar a la sociedad mundial como un sistema, cuyo único objetivo resida en lograr la realización del hombre en plenitud, dentro de esa sociedad mundial.
La integración política brindará el margen de seguridad necesario para el cumplimiento de las metas sociales, económicas, científico-tecnológicas y de medio ambiente, al servicio de la sociedad mundial.
El itinerario es inexorable, y tenemos que prepararnos para recorrerlo. Y, aunque ello parezca contradictorio, tal evento nos exige desarrollar desde ya un profundo nacionalismo cultural, como única manera de fortificar el ser nacional, para preservarlo con individualidad propia en las etapas que se avecinan.
El mundo en su conjunto no podrá constituir un sistema, sin que a su vez estén integrados los países en procesos paralelos. Mientras se realice el proceso universalista, existen dos únicas alternativas para nuestros países: neocolonialismo o liberación.
Construir al mundo en su conjunto exige liberarse de dominadores particulares. Es esta, pues, la esencia conceptual de nuestra posición, que tendrá que ser plasmada, más allá de fronteras ideológicas.
La pertinacia en levantar fronteras ideológicas no hace sino demorar el proceso y aumentar el costo de construcción de la sociedad mundial.
Para construir la sociedad mundial, la etapa del continentalismo configura una transición necesaria. Los países han de unirse progresivamente sobre la base de vecindades geográficas y sin imperialismos locales y pequeños. Esta es la concepción de la Argentina para Latinoamérica: justa, abierta, generosa y sobre todas las cosas sincera.
A niveles nacionales, nadie puede realizarse en un país que no se realiza. De la misma manera, a nivel continental, ningún país puede realizarse en un continente que no se realice.
Queremos trabajar juntos para edificar Latinoamérica dentro del concepto de comunidad organizada.
Sólo queremos caminar al ritmo del más rápido.
Y teniendo en cuente que no todos han de pensar de la misma manera, respetuosos de sus decisiones, habremos de unirnos resueltamente con quienes quieran seguir nuestro propio ritmo.
Latinoamérica es de los latinoamericanos. Tenemos una historia tras de nosotros. La historia del futuro no nos perdonaría el haber dejado de ser fieles a ella.
Nuestra tarea común es: la liberación. Liberación tiene muchos significados:
En lo político, configurar una nación sustancial, con capacidad suficiente de decisión nacional, y no una nación en apariencia, que conserva los atributos formales del poder, pero no su esencia.
En la económico, hemos de producir básicamente según las necesidades del pueblo y de la nación, y teniendo también en cuenta las necesidades de nuestros hermanos de Latinoamérica y del mundo en su conjunto. Y, a partir de un sistema económico que hoy produce según el beneficio, hemos de armonizar ambos elementos para preservar recursos, lograr una real justicia distributiva y mantener siempre viva la llama de la creatividad.
En lo socio-cultural, queremos una comunidad que tome lo mejor del mundo del espíritu, del mundo de las ideas y del mundo de los sentidos, y agregue a ello todo lo que nos es propio, autóctono, para desarrollar un profundo nacionalismo cultural. Tal será la única forma de preservar nuestra identidad y nuestra auto identificación. Argentina como cultura tiene una sola manera de identificarse: Argentina. Y para la fase continentalista en la que vivimos y universalista hacia la cual vamos, abierta nuestra cultura a la comunicación con todas las culturas del mundo, tenemos que recordar siempre que Argentina es el hogar.
La lucha por la liberación es, en gran medida, lucha también por los recursos y la preservación ecológica, y en ella estamos empeñados.
Los pueblos del Tercer Mundo albergan las grandes reservas de materias primas, particularmente las agotables. Pasó la época en que podían tomarse riquezas por la fuerza, con el argumento de la lucha política entre países o entre ideologías.
En lo científico-tecnológico se reconoce el núcleo del problema de la liberación. Sin base científico-tecnológica propia y suficiente, la liberación se hace también imposible. La liberación del mundo en desarrollo exige que este conocimiento sea libremente internacionalizado sin ningún costo para él. Hemos de luchar por conseguirlo; y tenemos para esta lucha que recordar las esencias: todo conocimiento viene de Dios. Finalmente, la liberación exige una correcta base institucional, tanto a nivel mundial como en los países individualmente.
La organización institucional tendrá que ser establecida una vez clarificado qué se quiere, cómo ha de lograrse lo que se quiere y quién ha de ser responsable por cada cosa.
Venimos haciendo en el país una revolución en paz para organizar la comunidad y ubicarla en óptimas condiciones a fin de afrontar el futuro.
Revolución en paz significa para nosotros desarmar no sólo las manos sino también los espíritus, y sustituir la agresión por la idea, como instrumento de lucha política.
Los trabajadores, columna vertebral del proceso, están organizándose para que su participación trascienda largamente la discusión de salarios y condiciones de trabajo.
El país necesita que los trabajadores, como grupo social, definan cuál es la sociedad a la cual aspiran, de la misma manera que los demás grupos políticos y sociales.
Ello exige capacitación intensa y requiere también que la idea constituya la materia prima que supere a todos los demás instrumentos de lucha.
Los empresarios se han organizado sobre bases que han hecho posible su participación en el diálogo y el compromiso. De aquí en más, el gobierno ha de definir políticas, actividad por actividad, y comprometer al empresariado en una tarea conjunta, para que su capacidad creativa se integre al máximo en el interés del país.
Para identificar el papel de los intelectuales, hay que comenzar por recordar que el país necesita un modelo de referencia que contenga, por lo menos, los atributos de la sociedad a la cual se aspira, los medios para alcanzarlos y una distribución social de responsabilidad para hacerlo.
Este proceso de elaboración nacional tendrá que lograrse haciendo converger tres bases al mismo tiempo: lo que los intelectuales formulen, lo que el país quiera y lo que resulte posible realizar.
A ellos toca organizarse para hacerlo. El intelectual argentino debe participar en el proceso, cualquiera sea el país en que se encuentre.
Hay una cabal coincidencia entre la concepción de la Iglesia, nuestra visión del mundo y nuestro planteo de justicia social, por cuanto nos basamos en una misma ética, en una misma moral, e igual prédica por la paz y el amor entre los hombres.
La democracia a la cual aspiramos es una democracia plena de justicia social. Y, en consecuencia, concibe al gobierno con la forma representativa, republicana, federal y social. Social por su forma de ser, por sus objetivos y por su estilo de funcionamiento.
Esclarezcamos nuestras discrepancias y, para hacerlo, no transportemos al diálogo social institucionalizado nuestras propias confusiones. Limpiemos por dentro nuestras ideas, primero, para construir en el diálogo social después.
Nuestra patria necesita imperiosamente una ideología creativa que marque con claridad el rumbo a seguir y una doctrina que sistematice los principios de esa ideología.
Para ello debemos tener en cuenta que la conformación ideológica de un país proviene de la adopción de una ideología foránea o de su propia creación.
Con respecto a la importación de ideologías directamente o adecuándolas, no sólo alimenta ella un vicio de origen, sino que también es insuficiente para satisfacer las necesidades espirituales de nuestro pueblo y del país como unidad jurídicamente constituida.
El mundo nos ha ofrecido dos posibilidades extremas: el capitalismo y el comunismo. Interpreto que ambas carecen de los valores substanciales que permiten concebirlas como únicas alternativas histórico-políticas. Paralelamente, la concepción cristiana presenta otra posibilidad, pero sin una versión política suficiente para el ejercicio efectivo del gobierno.
Los argentinos tenemos una larga experiencia en esto de importar ideologías, ya sea en forma total o parcial. Es contra esa actitud que ha debido enfrentarse permanentemente nuestra conciencia. Las bases fértiles para la concepción de una ideología nacional coherente con nuestro espíritu argentino han surgido del mismo seno de nuestra patria.
El pueblo, fuente de permanente creación y auto perfeccionamiento, estaba preparado hace treinta años para conformar una ideología nacional, social y cristiana.
Sin embargo, no fuimos comprendidos cuando, respondiendo a esa particular exigencia histórica, propugnamos la justicia social como inmanente al ser nacional, a pesar de que la justicia social está en la base de la doctrina cristiana, que surgió en le mundo hace 2.000 años.
Al calor de intereses políticos y económicos, se originaron numerosos equívocos "como la identificación de la democracia con el liberalismo", y a ellos se deben confusiones ideológicas que, en su momento, configuraron el marco necesario para el mantenimiento de intereses imperialistas.
Con todo, esa ideología intrínsecamente argentina, y la consecuente doctrina, crecieron en la conciencia del pueblo.
El justicialismo es el resultado de un conjunto de ideas y valores que no se postulan: se deducen y se obtienen del ser de nuestro propio pueblo. Es como el pueblo: nacional, social y cristiano. Es una filosofía de la vida, simple, práctica, popular, profundamente cristiana y profundamente humanista.
La aparición y la evolución de la concepción justicialista corresponden al desarrollo histórico natural de nuestras ideas, y son patrimonio de todo el pueblo argentino. En esa medida, el ideólogo es sólo un intérprete. Ni la justicia social ni la libertad "recíprocamente apoyadas" son comprensibles en una comunidad integrada por hombres que no se han realizado plenamente en su condición humana.
Por eso el justicialismo quiere para el hombre argentino:
Que se realice en sociedad, armonizando los valores espirituales con los materiales y los derechos del individuo con los derechos de la sociedad;
Que haga una ética de su responsabilidad social; Que se desenvuelva con plena libertad en un ámbito de justicia social;
Que esa justicia social esté fundada en la ley del corazón y la solidaridad del pueblo, antes que en la ley fría y exterior; Que tal solidaridad sea asumida por todos los argentinos, sobre la base de compartir los beneficios y los sacrificios equitativamente distribuidos;
Que comprenda a la nación como unidad abierta generosamente con espíritu universalista, pero conciente de su propia identidad.
Creo que no podemos detenernos en discutir si es más aconsejable la programación que el desarrollo espontáneo, porque la segunda alternativa implica dejar a la sociedad librada a sus propias fuerzas y convertirla así en terreno fértil para distorsiones neocolonialistas.
La conducción política se diferencia del gobierno político-administrativo. La conducción política es una materia indelegable de quien ejerza la Primera Magistratura, pues da sustento a la capacidad de hacer en lo político-administrativo.
Lo político-administrativo corresponde a las decisiones y acciones que se adopten a través de los mecanismos corriente del gobierno.
Las condiciones objetivas que hacen a la conducción superior implican que nadie puede gobernar sin el apoyo del pueblo.
Afirmé anteriormente que la importación de ideologías alimenta un vicio de origen.
Detengámonos en este problema. Si una ideología no resulta naturalmente del proceso histórico de un pueblo, mal puede pretender que ese pueblo la admita como representativa de su destino. Este es el primer motivo por el cual no puede optar ni por el capitalismo liberal ni por el comunismo. El rechazo de las posibilidades extremas no sólo se fundamenta en la desconexión de aquellas con la estructura íntima de nuestra nacionalidad, sino también en el hecho de que su adopción implica servir automáticamente al neocolonialismo.
Optar por un modelo equidistante de las viejas ideologías es, consecuentemente, decidirse por la liberación. Por más coherencia que exhiba un modelo, no será argentino si no se inserta en el camino de la liberación.
Es por eso que la progresiva transformación de nuestra patria para lograr la liberación debe, paralelamente, preparar al país para participar de dos procesos que ya se perfilan con un vigor incontenible: la integración continental y la integración universalista.
Si aisláramos nuestra respuesta, la comunidad por la que luchamos quedaría a espaldas de un destino superior que espera a todos los hombres que en el mundo comparten ideales de justicia y verdad.
De dos fuentes proviene el crecimiento económico de los países más avanzados. Por un lado, de sus propios recursos tecnológicos y acumulación de capital. Por el otro, del acceso a las riquezas y el trabajo de los países colonizados.
El traspaso de las riquezas de estos últimos países a las grandes potencias se efectuó de muy diversas formas. De acuerdo con las circunstancias, se utilizó desde el procedimiento de la apropiación física hasta el de la remesa de beneficios para las inversiones imperiales, pasando por etapas intermedias de ambos extremos.
De esa manera, muchos países colonizados expandieron su producto, pero no su ingreso. Así mostraron un aparente progreso que, en realidad, encubría su miseria.
Para mantener este sistema, se necesitó la dominación política. El arma empleada para ello se adecuó también a las circunstancias.
Fue así como se acudió al empleo de las fuerzas militares, en intervenciones directas o indirectas; al copamiento de gobiernos o de sectores claves del país; a la complicidad de los grupos dirigentes; a la acción sutil de las organizaciones que sirven a intereses supernacionales; a los empréstitos, que, bajo la forma de "ayudas", atan cada vez más a los países dependientes.
Es decir, se recurrió a cuanto procedimiento fuera útil para los fines de dominación perseguidos.
Esta ha sido la evolución particularmente notable del sistema imperialista durante casi todo el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. En su transcurso, las espaldas de los trabajadores de los pueblos sometidos "tanto del mundo oriental como del occidental" han sobrellevado, en buena medida, la carga del progreso de las metrópolis imperialistas.
Pero la situación internacional está sufriendo profundas conmociones: los pueblos comienzan a despertar, y eso es causa de que los países dependientes se vean obligados a tomar partido frente a dos elecciones:
Por un lado, elegir entre neocolonialismo y liberación. Para nosotros la elección es obvia, y cuando dijimos que había que construir el Tercer Mundo, no hicimos otra cosa que dar un nombre y un sentido al camino de la liberación elegido.
Argentina inició un proceso de cooperación latinoamericana para lograr la liberación. Ya la idea de Comunidad Latinoamericana estaba en San Martín y Bolívar; ellos sembraron las grandes ideas y nosotros hemos perdido un siglo y medio vacilando en llevarlas a la práctica.
Ahora, para corregir el rumbo que equivocadamente tomamos, debemos profundizar, entre otros lazos de unión, la línea de los tratados de complementación económica, que, como el firmado en Santiago de Chile hace 25 años, entre este país y Argentina, estén abiertos a la adhesión de los demás países del área, con la finalidad de alcanzar una integración económica sudamericana.
Este proceso arroja algunas enseñanzas:
Unión latinoamericana: Cada país participa de un contexto internacional, al que no puede sustraerse. Las influencias recíprocas son tan significativas, que reducen las posibilidades de éxito en acciones aisladas.
Por ello la comunidad latinoamericana debe retomar la creación de la propia historia, tal como la vislumbró la clarividencia de nuestros libertadores, en lugar de seguir por la historia que quieren crearle los mercaderes internos y externos.
Lo repito una vez más: El año 2000 nos encontrará unidos o dominados,. Nuestra respuesta, contra la política de dividir para reinar, debe ser la de construir la política de unirnos para liberarnos.
Reacción imperialista: Tenemos que admitir como lógica la acción de los imperialismos en procura de evitar que la unión de nuestros países se realice, ya que ello es opuesto a su interés económico y político.
En consecuencia, debemos admitir que la lucha es necesaria. Pero nosotros también aprendimos a reducir el costo social de la lucha.
Verdad y justicia: Puede discutirse mucho acerca de si existe o no, determinismo histórico. Pero yo tengo, al menos, la certeza que existe una constante en el hecho de que el hombre tiene sed de verdad y justicia, y que cualquier solución de futuro no podrá apartarse del camino que las satisfaga.
Trabajar con los pueblos: Para tener éxito en esta empresa lo esencial reside en trabajar con los pueblos y no simplemente con los gobiernos; porque los pueblos están encaminados a una tarea permanente y los gobiernos muchas veces a una administración circunstancial de la coyuntura histórica.
La brecha tecnológica: Las diferencias que nos separan de las grandes potencias han sido ahondadas por la brecha tecnológica.
Debemos, entonces, desarrollar tecnología. Ello exige una mínima dimensión económica y no abarcar la totalidad de la gama tecnológica.
El egoísmo y la sociedad competitiva: En el transcurso del tiempo, hemos venido progresando de manera gigantesca en el orden material y científico; pero veinte siglos de cristianismo parecen no haber logrado, suficientemente, hasta ahora, la superación del egoísmo como factor motriz del desarrollo de los pueblos. La sociedad competitiva es su consecuencia.
Esto arroja luz sobre el hecho de que la cooperación y la solidaridad son elementos básicos a considerar en el futuro.
El materialismo: El pragmatismo ha sido el motor del progreso económico. Pero también hemos aprendido que una de las consecuencias de este proceso ha sido la reducción de la vida interior del hombre, al pasar de un idealismo riguroso a un materialismo utilitario.
El mundo debe salir de una etapa egoísta y pensar más en las necesidades y esperanzas de la comunidad. Lo que importa hoy es persistir en ese principio de justicia, para recuperar el sentido de la vida y devolver al hombre su valor absoluto.
Necesidad de una ética: La historia nos indica que es imprescindible promover la ética individual, primero, desarrollar después la consecuente conducta social y desprender finalmente de ellas la conducta económica. La libertad se instala en los pueblos que poseen una ética, y es ocasional donde esa ética falta.
Pensamiento y acción: No puede haber divorcio alguno entre el pensamiento y la acción mientras la sociedad y el hombre se enfrenten con la actual crisis de valores, acaso una de las más profundas de cuantas se hayan registrado. Es posible que el pensamiento haya perdido, en los últimos tiempos, contacto directo con las realidades del devenir histórico Pero es cierto que ha llegado la hora de los pueblos, y que ella exige un pensamiento en acción.
En el ámbito económico, el país ha producido siempre en función del beneficio, sin disciplinar cabalmente su producción en función de las necesidades esenciales de la población.
Es indudable que se perdió tiempo y que los recursos no fueron convenientemente utilizados.
Sin embargo, en la actualidad tenemos un ingreso por habitante razonablemente elevado y, además, el país se está industrializando aceleradamente. Esta realidad nos permite afirmar que no somos un país subdesarrollado.
La distribución del ingreso familiar no es aún la más adecuada, y mucho debe hacerse para vigorizarla. En realidad, hacia 1955, se había llegado a un nivel en la distribución y en la participación del salario en el ingreso nacional que satisfacía las necesidades de la población.
Desde allí, las soluciones económicas siguieron a las soluciones políticas, y la participación del salario en el ingreso disminuyó.
Es imposible mantener una distribución socialmente aceptable si las decisiones económicas no acompañan a la política social que se desea imponer.
Cuando las decisiones económicas siguen un patrón inadecuado, la distribución del ingreso queda subordinada al mismo, más allá de los buenos deseos de cualquier gobierno. En consecuencia, lo que llamamos justicia social también requiere para su materialización una efectiva participación del gobierno y una elevada eficiencia del mismo.
Se produjo, por otra parte, un decisivo retroceso en el terreno de las decisiones económicas. Hasta 1943, con industrialización incipiente, dichas decisiones estaban adaptadas a los intereses del campo. Buscamos establecer un sano equilibrio para promover la industrialización y una organización del poder de decisión para nuestro sector industrial. En 1955, no se había alcanzado a afirmar la existencia de un empresariado industrial argentino como factor contribuyente al desarrollo nacional, pero estaba en el camino. Desde entonces la industria creció con alto apoyo externo; pero el capital extranjero se concentró en gran medida, al aporte tecnológico y también a la compra de empresas existentes en el país.
Debemos tener en claro que lo esencial, con respecto a los objetivos que debe perseguir una actividad radicada en el país, es que ellos deberán considerar tanto el aporte a la economía nacional como el beneficio al empresario. Esto debe definir una conducta coherente respecto de los intereses nacionales y los del empresario.
Pero, si se trata de obtener tantos beneficios como sea posible, consolidando intereses que están en el exterior, los aportes a la economía nacional se alejarán considerablemente de lo que resulta conveniente para el país.
En esta materia, no basta lograr soluciones apresuradas para las grandes cuestiones, pensando que todo lo demás ha de resolverse por sí solo. No basta tampoco elaborar soluciones a medias, tomando decisiones sobre la inversión extranjera sin establecer claramente la actividad en la cual han de insertarse. Hay que establecer políticas diferenciales, en todos los campos, y fijar con precisión suficiente la forma de preservar los objetivos nacional.
También se comprueba que no hubo una conciencia adecuada sobre la utilización de los recursos financieros del país, por cuanto no se alcanzó a determinar con claridad si la masa de capital interno disponible posibilita el desarrollo y la expansión, o si era necesario su incrementación con el aporte de capital extranjero para alcanzar tales objetivos.
Igualmente, en necesario tener en cuenta que no existe similitud entre concentración de capital y concentración empresaria. La relación entre una y otra debe conducirse armoniosamente, de acuerdo con las reales necesidades nacionales.
Analizando el proceso, se ve "en otro tipo de problemas" que, cuando una sociedad incremente el grado de sofisticación del consumo, aumenta a la vez su nivel de dependencia. Esto es, en gran medida, lo que ocurrió entre nosotros.
Por un lado, el ciudadano se ve forzado a pagar por la tecnología de lo trivial; por otro, el país gasta divisas en un consumo innecesario.
Pero, a la vez, es impostergable expandir el consumo esencial de las familias de menor ingreso, atendiendo sus necesidades con sentido social y sin exigencias superfluas. Esta es la base de la demanda nacional, que es el motor esencial del desarrollo económico.
El proceso económico ha mostrado, además, que el país acumula más ahorro que el que usa. En otras palabras, que lo que gana con sus exportaciones excede a lo que necesita gastar a través de sus importaciones y otros conceptos. No obstante ello, tal posibilidad fue insuficientemente explotada, ya que, a la par de incrementar la deuda pública, no se logró el desarrollo nacional requerido por el país.
Tuvimos todo tipo de experiencias en este sentido, y ahora, entre otras cosas, sabemos combatir establemente un mal como la inflación. Pero ello se consigue sólo cuando hay capacidad política para usar el remedio natural dado por una política de precios e ingresos.
Es evidente que las recetas internacionales que nos han sugerido bajar la demanda para detener la inflación no condujeron sino a frenar el proceso y a mantener o aumentar la inflación.
En esta cuestión, no se acertaba con la solución adecuada. Por épocas, se bajó la demanda pública mediante la contención del gasto olvidando el sentido social del gasto público; se bajó la demanda de las empresas mediante la restricción del crédito olvidando también el papel generador de empleo que desempeña la expansión de las empresas; y se bajó la demanda de los trabajadores mediante la baja del salario real.
Pero, como al mismo tiempo no se adoptaron las medidas para que todos participen en el sacrificio, en definitiva fueron las espaldas de los trabajadores las que soportaron el peso de estas políticas de represión para combatir la inflación que el país aceptó, y que repitió, aunque su ineptitud quedó bien probada por la misma historia.
Es ésta una experiencia muy importante derivada de nuestro proceso; y puesto que necesitamos evitar la inflación para seguir adelante con auténtica efectividad, debemos tenerla permanentemente en cuenta.
Por otra parte, se puede ver que hubo una insuficiente utilización de los recursos, especialmente del recurso humano que ha sido deficientemente incorporado, de acuerdo con la evidencia surgida de las tasas de desempleo. Lo mismo aconteció con el recurso formidable que significa el capital intelectual científico y técnico nacional, emigrado por falta de trabajo en el país.
A esto se llegó por carecerse de planificación, ya que, cuando se planifica adecuadamente, puede lograrse una utilización total de los recursos disponibles.
Para que la planificación sea efectiva no bastan los planes de mediano o largo plazo. Las decisiones concretas de política económica requieren también planes de corto plazo, que deben ser los reales propulsores de la actividad. A través de ellos la coyuntura puede ser manejada en función de un verdadero valor de instrumento para conducir la economía en el mediano y largo plazo.
Establecida la planificación en tales términos, es posible actuar realmente con la eficiencia necesaria para lograr la mayor parte de la expansión física que el país debe producir año a año.
En gran medida, en los últimos lustros, nos hemos manejado con nombres y no con programas; y, salvo en algunos períodos que deben ser rescatados por la seriedad de conducción, la política que resultó fue de neto corte liberal.
La conducción en el campo económico está en excelentes condiciones para alcanzar sus objetivos cuando su contexto aparece definido en programas de acción claramente concebidos.
En última instancia, la experiencia de lo que hace a la planificación en este campo es también definitiva; el gobierno en lo económico no tiene otra forma de conducirse. La planificación es consecuencia necesaria de la organización, e instrumento para la conducción concreta.
En el ámbito Científico-Tecnológico el desarrollo de la ciencia y la tecnología argentinas ha sido hasta ahora fecundo, pero insuficiente. Fecundo por el efectivo nivel de acumulación de conocimientos científicos y tecnológicos alcanzado, en virtud, principalmente, de cuatro factores:
1) El crecimiento de las universidades;
2) La incorporación de tecnología proveniente del exterior;
3) La investigación nacional aplicada particularmente al sector agropecuario; y
4) El avance de la investigación de postgrado. Insuficiente, también, porque el país aún no ha organizado convenientemente vinculaciones estables y verdaderamente productivas entre el sistema científico-tecnológico, el gobierno, el sistema de producción física y el sistema financiero.
Ello ha contribuido a dispersar la investigación, a no permitir una demanda de ciencia y tecnología y a incrementar el conocido drenaje de inteligencia.
La incorporación de tecnología atada al capital extranjero, particularmente en el sector industrial, creó compromisos tecnológicos onerosos en divisas. No obstante ello, la acumulación de conocimientos tecnológicos ha sido efectivamente acelerada por la misma naturaleza de la producción industrial.
El costo de la tecnología que venimos empleando es muy alto, principalmente porque el ingreso del conocimiento tecnológico no ha sido programado ni administrado con sentido nacional, preservando los intereses del país.
Prueba de ello es el ingreso de tecnología extranjera en terrenos en los que se mantienen ociosos recursos materiales capaces de producir la misma tecnología que se importa.
Es natural que empresas de capital extranjero se apliquen especialmente a actividades más densas en tecnología foránea.
Por otra parte, la selección de técnicas no ha sido siempre afortunada. En numerosas oportunidades se han importado técnicas obsoletas y poco adaptables a las condiciones locales. Por añadidura, en muchos casos hubo restricciones, tales como la prohibición de exportar artículos con tecnología importada y el establecimiento de determinados controles realmente inaceptables.
Ahora se trata de aprovechar la experiencia pasada y corregir desvíos cuyos efectos resultan sumamente costosos.
Sin embargo, se ha hecho efectivo un fuerte aporte a la tecnología autóctona, particularmente en los sectores agropecuario e industrial.
Se valora altamente nuestra capacidad para originar una tecnología propia; sólo debemos ponerla en movimiento, conectándola con la producción concreta, con las decisiones del gobierno y con los apoyos financieros.
La comunidad científica argentina es todavía reducida con relación al ingreso por habitante que el país posee. La mitad del personal de investigación trabaja sólo parte de su tiempo útil. La mayoría de los institutos son pequeños y no llegan a una capacidad de investigación tal que permita un verdadero trabajo interdisciplinario.
Hay miles de proyectos en ejecución al mismo tiempo, lo cual, hace que cada proyecto tarde demasiado en fructificar y, por el otro, dificulta la materialización de nuevos proyectos por falta de continuidad en los recursos.
Los institutos están prácticamente concentrados en el área metropolitana y la pampeana. Además, la remuneración de los investigadores es tan limitada, que sólo una vocación acendrada puede retener el talento en esta actividad.
Me parece claro que no existe hasta el presente una política científica y tecnológica centralmente diseñada y de fácil realización. Tampoco se pone una base institucional suficientemente coherente como para lograr una necesaria centralización de conducción y descentralización de operación.
Las mentalidades científicas y técnicas especializadas fueron emigrando sin que el país encontrara un mecanismo que lo impida, en conexión con los intereses nacionales.
En el ámbito ecológico, ya el hombre ha tomado conciencia de su capacidad para alterar el medio en que vive, como también del uso indebido del avance tecnológico respecto a dicho medio.
El tema no es nuevo. La concientización mundial, sí. Factores tales como la polución, el sobre-cultivo, la deforestación, la acumulación de desperdicios, entre otros, indican claramente el perjuicio que ocasionan a los seres vivos.
El ser humano, como simple eslabón del ciclo biológico, está condicionado por un determinismo geográfico y ecológico del cual no puede sustraerse. Estamos, pues, en un campo nuevo de la realidad nacional e internacional, en el que debemos comprender la necesidad "como individuos y como nación" de superar estrechas miras egoístas y coordinar esfuerzos.
Hace casi 30 años, cuando aún no se había iniciado el proceso de descolonización contemporánea, anunciamos la Tercera Posición, en defensa de la soberanía y autodeterminación de las pequeñas naciones, frente a los bloques en que se dividieron los vencedores de la Segunda Guerra Mundial.
Hoy, un riesgo mayor, que afecta a la humanidad, y pone en peligro su misma supervivencia, nos obliga a plantear la cuestión en nuevos términos, que van más allá de lo estrictamente político, que superan las divisiones partidarias e ideológicas y entran en la esfera de las relaciones de la humanidad con la naturaleza.
Creo que ha llegado la hora en que todos los pueblos y gobiernos del mundo cobren conciencia de la marcha suicida que la humanidad ha emprendido a través de la contaminación del medio ambiente y la biosfera, la dilapidación de recursos naturales, el crecimiento sin freno de la población y la sobreestimación de la tecnología y de la necesidad de invertir de inmediato la dirección de esa marcha, mediante una acción mancomunada internacional.
El ser humano no puede ser concebido aisladamente del medio que él mismo ha creado. Ya es una poderosa fuerza biológica, y si continúa destruyendo los recursos vitales que le brinda la Tierra, sólo puede esperar catástrofes nacionales para las próximas décadas.
La humanidad está cambiando las condiciones de vida con tal rapidez, que no llega a adaptarse a las nuevas relaciones; va más rápido que su captación de la realidad y no ha llegado a comprender, entre otras cosas, que los recursos vitales para él y sus descendientes derivan de la naturaleza y no de su poder mental. De este modo, a diario su vida se transforma en una interminable cadena de contradicciones.
En el último siglo, ha saqueado continentes enteros y le han bastado un par de décadas para convertir ríos y mares en basurales y el aire de las grandes ciudades en un gas tóxico y espeso. Inventó el automóvil para facilitar su traslado, pero ahora ha erigido una civilización del automóvil, que se asienta sobre un cúmulo de problemas de circulación, urbanización, seguridad y contaminación en las ciudades, y que agrava las consecuencias de su vida sedentaria.
Las mal llamadas _sociedades de consumo_ son en realidad, sistemas sociales de despilfarro masivo, basados en el gasto, porque el gasto produce lucro. Se despilfarra mediante la producción de bienes innecesarios o superfluos y, entre estos, a los que deberían ser de consumo duradero, con toda intención se les asigna corta vida, porque la renovación produce utilidades. Se gastan millones en inversiones para cambiar el aspecto de los artículos, pero no para reemplazar los bienes que dañan la salud, y hasta se apela a nuevos procedimientos para satisfacer la vanidad humana. Como ejemplo, bastan los automóviles actuales, que deberías ser reemplazados por otros de motor eléctrico, o el tóxico plomo que se agrega a las naftas para aumentar el pique de los mismos.
No menos grave resulta el hecho de que los sistemas sociales de despilfarro de los países tecnológicamente más avanzados funcionan mediante el consumo de ingentes recursos naturales aportados por el Tercer Mundo. De este modo el problema de las relaciones dentro de la humanidad es paradójicamente doble: algunas clases sociales "las de los países de baja tecnología, en particular" sufren los efectos del hambre, el analfabetismo y las enfermedades, pero al mismo tiempo las clases sociales y los países que asientan su exceso de consumo en el sufrimiento de los primeros tampoco están racionalmente alimentados, ni gozan de una auténtica cultura o de una vida espiritual o físicamente sana. Se debaten en medio de la ansiedad, del tedio y los vicios que produce el ocio mal empleado.
Lo peor es que, debido a la existencia de poderosos intereses creados, o por la falsa creencia generalizada de que los recursos naturales vitales para el hombre son inagotables, este estado de cosas tiende a agravarse. Mientras un fantasma el hambre recorre el mundo devorando vidas humanas, afectando países que hasta ayer fueron granero del mundo y amenazando expandirse de modo fulmíneo en las próximas décadas, en los centros de más alta tecnología se anuncia, entre otras maravillas, que pronto la ropa se cortará con rayos láser y que las amas de casa harán sus compras desde sus hogares por televisión y las pagarán mediante sistemas electrónicos. La separación dentro de la humanidad se está agudizando de modo tan visible, que parece que estuviera constituida por más de una especie.
El ser humano, cegado por el espejismo de la tecnología, ha olvidado las verdades que están en la base de su existencia. Y así, mientras llega a la luna gracias a la cibernética, la nueva metalurgia, combustibles poderosos, la electrónica y una serie de conocimientos fabulosos, mata al oxígeno que respira, el agua que bebe y el suelo que le da de comer, así como eleva la temperatura permanente del medio en que vive sin medir sus consecuencias biológicas.
Y para colmo de su insensatez, mata al mar, que podría servirle de última base de sustentación.
En el curso del último siglo, el ser humano ha exterminado cerca de doscientas especies animales terrestres. Ahora ha pasado a liquidar especies marinas. Aparte de los efectos de la pesca excesiva, amplias zonas de los océanos, especialmente costeras, han sido ya convertidas en cementerios de peces y crustáceos, tanto por los desperdicios arrojados como por el petróleo involuntariamente derramado. Sólo el petróleo liberado por los buques cisternas hundidos ha matado en la última década cerca de 600.000 millones de peces. Sin embargo, seguimos arrojando al mar más desechos que nunca, perforamos miles de pozos petrolíferos en el mar o sus costas y ampliamos al infinito el tonelaje de los petroleros, sin tomar medidas para proteger la fauna y flora marinas.
La creciente toxicidad del aire de las grandes ciudades es bien conocida, aunque muy poco se ha hecho para disminuirla. En cambio, todavía ni siquiera existe un conocimiento difundido acerca del problema planteado por el despilfarro de agua dulce, tanto para el consumo humano como para la agricultura. La liquidación de aguas profundas ya ha convertido en desiertos extensas zonas del globo, y los ríos han pasado a ser gigantescos desagües cloacales más que fuentes de agua potable o vías de comunicación. Al mismo tiempo, la erosión provocada por el cultivo irracional o por la supresión de la vegetación natural se ha convertido en un problema mundial, y se pretende reemplazar con productos químicos el ciclo biológico del suelo, uno de los más complejos de la naturaleza. Para colmo, muchas fuentes naturales han sido contaminadas; las reservas de agua dulce están pésimamente repartidas por el planeta, y cuando empezamos a pensar como último recurso en la desalinización del mar, nos enteramos de que una empresa de este tipo, de dimensión universal, exigiría una infraestructura que la humanidad no está en condiciones de financiar y armar en este momento.
Por otra parte, a pesar de la llamada revolución verde, el Tercer Mundo todavía no ha alcanzado a producir la cantidad de alimentos que consume; para llegar a su autoabastecimiento necesita un desarrollo industrial, reformas estructurales y la vigencia de una justicia social que todavía está lejos de alcanzar. Para colmo, el desarrollo de la producción de alimentos sustitutivos está frenado por la insuficiencia financiera y las dificultades técnicas.
Por supuesto, todos estos desatinos culminan con una carrera armamentista tan desenfrenada como irracional, que le cuesta a la humanidad 200.000 millones de dólares anuales.
A este complejo de problemas creados artificialmente se suma el crecimiento explosivo de la humanidad. El número de seres humanos que puebla el planeta se ha duplicado en el último siglo y volverá a duplicarse para fines del actual o comienzos del próximo, de continuar el mismo ritmo de crecimiento. Si se sigue por este camino, en el año 2.500 cada ser humano dispondrá de un solo metro cuadrado sobre el planeta. Esta visión global está lejana en el tiempo, pero no difiere mucho de la que ya corresponde a las grandes urbes, y no debe olvidarse que, dentro de veinte años, más de la mitad de la población vivirá en ciudades grandes y medianas.
Es indudable, pues, que la humanidad necesita tener una política demográfica. Debe considerarse que una política demográfica no produce los efectos deseados si no va acompañada por una política económica y social correspondiente. De todas modos, mantener el actual ritmo de crecimiento de la población humana no es tan suicida como mantener el despilfarro de los recursos naturales de los centros altamente industrializados donde rige la economía de mercado, o en aquellos países que han copiado sus modelos de desarrollo. Lo que no debe aceptarse es que la política demográfica esté basada en la acción de píldoras que ponen en peligro la salud de quienes la toman o de sus descendientes.
Si se observan en su conjunto los problemas que se nos plantean y que hemos enumerado, comprobaremos que provienen tanto de la codicia y la imprevisión humanas como de las características de algunos sistemas sociales, del abuso de la tecnología, del desconocimiento de las relaciones biológicas y de la progresión natural del crecimiento de la población humana. Esta heterogeneidad de causas debe dar lugar a una heterogeneidad de respuestas, aunque en última instancia tengan como denominador común la utilización de la inteligencia humana. A la irracionalidad del suicidio colectivo debemos responder con la racionalidad del deseo de supervivencia.
El ámbito económico: Los principios y medidas generales que propongo en el campo económico deben comprenderse como justificados y fundados en las bases filosófico-políticas previamente expuestas. Es por eso que, en varias oportunidades, he sostenido que la dimensión política es previa al ámbito económico.
El justicialismo comprende lo económico como naturalmente emanado de un proyecto histórico-político de espíritu intrínsecamente nacional, social y cristiano.
En tal sentido, el objetivo fundamental es servir a la sociedad, como un todo, y al hombre, no sólo como sujeto natural sometido a necesidades materiales de subsistencia, sino también como persona moral, intelectual y espiritual.
En rigor, nuestra concepción tampoco supone que la búsqueda del beneficio personal invariablemente redunda en el bien de toda la sociedad.
Por el contrario, la actividad económica debe dirigirse a fines sociales y no individualistas, respondiendo a los requerimientos del hombre integrado en una comunidad y no a las apetencias personales.
Esta interpretación amplia y solidaria de la actividad económica llevará implícita una definición clara del concepto de beneficio, ubicándolo, no ya como un fin en sí mismo, lo que daría como resultado una utilización de los recursos en función de un individuo egoísta, sino como la justa remuneración del factor empresarial por la función social que cumple.
Preservamos así el estímulo para fomentar el incremento de la gestión empresarial privada, con su dinamizadora dosis de creatividad, pero enmarcada en un contexto donde debe prevalecer una distribución socialmente justa.
La esencia de nuestra tercera posición consiste en anhelar una sociedad eminentemente creativa y justa, en la cual la conducción económica pertenezca al país como comunidad armónica y los logros económicos no atenten contra la libertad y la dignidad del hombre.
Pero cada uno de mis conciudadanos debe tener muy claro que la única posibilidad de que lo anteriormente expuesto no quede en meras expresiones de deseo depende de que todos los argentinos participen en una profunda revolución ética, que en verdad implica