Lo único que vence al número es la organización.
Y no sólo esto. La organización es lo único que ha conseguido vencer a la muerte. .
Porque la organización también vence al tiempo. .
No los hombres, pero sí las organizaciones. .
Las organizaciones sobreviven a los hombres. .
Quiere decir que es el único invento del hombre que ha sobrepasado al tiempo. .
La organización vence, pues, al número y vence al tiempo. .
NUNCA he podido concebir un movimiento político que carezca de una ideología y de una doctrina, como tampoco concibo al dirigente que no tenga conocimientos esenciales, por lo menos, del arte de la conducción.
Conducir, decía Napoleón, es un arte sencillo y todo de ejecución. Si es un arte, como todas las demás artes, tiene una teoría y tiene una técnica. Ambas conforman la parte inerte del Arte, la parte visual es el artista.
La teoría del arte de conducir, es el conjunto de reglas y principios mediante los cuales, el que tiene la tarea de conducir políticamente, puede conformar su forma de operar. Tales principios, de enunciación fija, pero infinitamente variables, ponen a su disposición la experiencia y la comprensión dando así libre juego a la cantidad de "Óleo Sagrado de Samuel" que cada uno haya recibido al nacer.
La técnica de la conducción, le da en cambio, las formas de ejecución que, generalmente, se adaptan a las condiciones fundamentales del momento en que se conduce, las características originales de lo que se conduce y la manera de cumplir la idea operativa que se quiere desarrollar.
La conducción política no se aprende, se comprende. Decía el Mariscal de Sajonia, que su mula le había acompañado en varias campañas, pero la pobrecita no había aprendido aún nada de estrategia. Pero lo grave es que también varios de sus generales le habían acompañado y algunos de ellos tampoco habían logrado aprender nada de estrategia. Así pasa con muchos políticos, que han hecho política toda su vida y no saben nada de política, porque no la han comprendido, como también se da lo contrario en otros, que nunca la han hecho, pero la han comprendido.
El Movimiento Peronista ha necesitado para desenvolverse disponer de una ideología, de una doctrina y, sus dirigentes, de una teoría y una técnica de la conducción política. Por eso el Jefe del Movimiento se ha preocupado de dar estas bases ideológicamente del Movimiento; "La Doctrina Peronista" establece las formas de ejecución de esta ideología y "Conducción Política" da a los dirigentes los rudimentos indispensables para el quehacer de la conducción en sus aspectos teóricos y técnicos.
Para que a los peronistas no les pase lo que a la mula del Mariscal de Sajonia, es preciso que lleguen a persuadirse de la necesidad de comprender la política y para ello, nada puede ser más imprescindible que el conocimiento de la ideología que se sirve, de la doctrina que se utiliza para realizarla y de la teoría y la técnica de la conducción. Sin estos tres elementos fundamentales: ideología, doctrina y conducción, no puede existir un ente orgánico funcional que pueda avanzar racionalmente en el campo político.
Muchos peronistas se quejan porque dicen que no se insiste en el adoctrinamiento; si cada peronista tiene tres libros y los estudia hasta comprenderlos, tiene la mitad del camino del adoctrinamiento recorrido. Por eso creo que todo peronista debe poseerlos y conocerlos a fondo. La ideología, como la doctrina no se enseñan, se inculcan. No es suficiente leerlas y conocerlas. Es indispensable sentirlas profundamente.
ACEPTANDO una invitación del señor Director de la Escuela Superior Peronista, me comprometí a comenzar los cursos con una disertación referente a la organización, objeto y funcionamiento de la Escuela. De manera que mis primeras palabras quiero que sean de agradecimiento a las amables expresiones del señor director y de la señora de Perón, pensando que son más bien dictadas por el corazón y la mística peronista de quienes han expuesto tan simpáticas ideas para mí. Pero, indudablemente, esta escuela tiene una doble misión: la primera, formar justicialistas, y la segunda, exaltar los valores peronistas para servir de la mejor manera a la Doctrina Justicialista.
HE tenido una preocupación, desde hace mucho tiempo, referente a la instauración, dentro de nuestro movimiento, de una escuela destinada a ir desarrollando nuestra doctrina.
Las doctrinas son, generalmente, exposiciones sintéticas de grandes líneas de orientación, y representan, en sí y en su propia síntesis, solamente el enunciado de innumerables problemas; pero la solución de esos problemas, realizada por el examen analítico de los mismos, no puede formar cuerpo en esa doctrina sin que constituya toda una teoría de la doctrina misma, así como también de ese análisis surgen las formas de ejecución de esa doctrina y de esa teoría. Una doctrina sin teoría resulta incompleta; pero una doctrina o una teoría sin las formas de realizarlas, resultan inútiles; de manera que uno no ha cumplido el ciclo real e integral mientras no haya conformado e inculcado una doctrina, enseñado una teoría y establecido las formas de cumplir una y otra.
Esa es la razón fundamental de la existencia de una escuela, porque eso ya no puede quedar librado a la heterogeneidad de las interpretaciones de los hombres ni al examen analítico de cada uno, sino que, para conformar esa doctrina, es necesario elaborar un centro donde la dignificación paulatina de cada una de las concepciones doctrinarias vaya desarrollándose y presentando formas de ejecución prácticas y racionales. Esa es, en el fondo, la razón de ser y la necesidad de la Escuela.
Claro está que este enunciado, singularmente simple, es realmente difícil de realizar, en su conjunto y en forma acabada, porque no interviene en la vida misma de un movimiento tan grande como nuestro movimiento solamente una concepción, sino también una acción. Y debemos confesar que la acción está siempre por sobre la concepción, porque en este tipo de preparación de multitudes lo que hay que presentar en un punto de partida es una unidad de concepción, para que esa unidad de concepción, consecuente en la marcha del tiempo, vaya realizándose con absoluta unidad de acción. Solamente así es posible vencer en los grandes movimientos colectivos.
La unidad de concepción está en la teoría y en la doctrina; y la unidad de acción está en la buena conducción del conjunto de esta doctrina y de esta teoría. Vale decir que se trata de poner en marcha no solamente la idea para que ella sea difundida, sino la fuerza motriz necesaria para que esa idea sea realizada, que es lo que interesa. Por eso, la Escuela Superior Peronista, que será una escuela que ha de cumplir cuatro funciones fundamentales, permitirá la realización de cielos completos, desde la concepción hasta la realización terminal.
Para ello, en primer lugar, es función y es misión fundamental de la Escuela desarrollar y mantener al día la doctrina. En segundo término, es su misión inculcarla y unificarla en la masa. En tercer lugar, debe formar los cuadros justicialistas. Y en cuarto lugar, debe capacitar la conducción. Vale decir, trabajar para la formación de los conductores del Movimiento.
Estas cuatro misiones, difíciles en sí, para desarrollar y mantener al día la doctrina, para inculcarla y unificarla, para formar los cuadros y para capacitar a los conductores, son funciones de largo alcance, de extremada dificultad y de un trabajo permanente en la vida constante, no sólo del organismo, sino de toda la esfera de acción que su enseñanza alcanza. Por esa razón he querido presentar y hacer una rápida exégesis de cada una de estas funciones.
Decimos desarrollar y mantener al día. Desarrollar: nosotros hemos concebido una doctrina y la hemos ejecutado, y después la hemos escrito y la hemos presentado a la consideración de todos los argentinos. Pero esa doctrina no está suficientemente desarrollada. Es sólo el enunciado, en forma sintética, del contenido integral de la doctrina. Será función de cada uno de los justicialistas argentinos, a lo largo del tiempo, ir poniendo su colaboración permanente hasta desarrollar el último detalle de esta doctrina, para presentar también, finalmente, una doctrina más sintética que la nuestra, más completa que la nuestra.
Ese proceso es el proceso natural que la inteligencia pone en marcha para todas las concepciones y creaciones de la vida. Va de la síntesis al análisis, y del análisis vuelve a la síntesis. Lo primero es, diríamos, la premisa circunstancial, quizás empírica o ideal.
El análisis es lo que permite la consistencia ideológica a la propia doctrina. De ese análisis y desarrollo surgirán millones de facetas no alcanzadas a percibir por el autor de la síntesis, quien después volverá nuevamente a la conclusión final, que, a través del filtro del análisis, la completará y la perfeccionará.
Nosotros hemos hecho la primera operación. Hay que realizar la segunda y la tercera para que la inteligencia pueda decir que este cuerpo contiene el menor número de errores por causas que puedan haber escapado a la percepción del análisis y de la síntesis de los hombres que han trabajado en ella.
Por esa razón, desarrollar la doctrina será la función de la Escuela, será función de los profesores y será función de los alumnos, a medida que la capacidad vaya dando a cada uno las armas necesarias para profundizar y analizar los nuevos aspectos de nuestra propia doctrina. Será también función el mantenerla al día. Las doctrinas no son eternas sino en sus grandes principios, pero es necesario ir adaptándolas a los tiempos, al progreso y a las necesidades. Y ello influye en la propia doctrina, porque una verdad que hoy nos parece incontrovertible, quizá dentro de pocos años resulte una cosa totalmente fuera de lugar, fuera de tiempo y fuera de circunstancias.
Por eso será necesario no solamente desarrollar, sino también que en esta escuela se sienten las bases necesarias para ir profundizándolas y adaptándolas a la marcha del tiempo. Una doctrina hoy excelente puede resultar un anacronismo dentro de pocos años, a fuerza de no evolucionar y de no adaptarse a las nuevas necesidades. Por eso hemos puesto, como primera tarea para la Escuela, el desarrollarla, terminarla y después mantenerla al día, para adaptarla a la evolución.
Decía que la segunda función que yo asigno a la Escuela es unificar e inculcar nuestra doctrina en la masa.
Las doctrinas, básicamente, no son cosa susceptibles sólo de enseñar, porque el saber una doctrina no representa gran avance sobre el no saberla. Lo importante en las doctrinas es inculcarlas, vale decir, que no es suficiente conocer la doctrina: lo fundamental es sentirla, y lo más importante es amarla. Es decir, no solamente tener el conocimiento. Tampoco es suficiente tener el sentimiento, sino que es menester tener una mística, que es la verdadera fuerza motriz que impulsa a la realización y al sacrificio para esa realización. Las doctrinas, sin esas condiciones en quienes las practican, no tienen absolutamente ningún valor.
Y si una doctrina debe inculcarse, la teoría es suficiente con que se conozca. ¿Por qué? Porque la fuerza de realización está en la doctrina y no en la teoría. La doctrina, una vez desarrollada, analizada y conformada, debe ser artículo de fe para los que la sienten y para los que la quieren. La teoría es solamente la interpretación inteligente de la doctrina, y la forma de ejecutarla es ya la acción mecánica en el empleo del esfuerzo para llevarla a cabo. Por esa razón, lo primero es artículo de fe, como dijera la señora Eva Perón; lo segundo es de la inteligencia; y lo tercero es del alma y de los valores morales.
Si esta escuela se conformara con dictar clases de nuestra doctrina, con enseñarla en su concepción, no cumpliría con su misión; indudablemente, eso sería cumplir, quizá, pero cumplir a medias. La función de esta escuela no es sólo de erudición, no es solamente la de formar eruditos en nuestra doctrina, sino de formar apóstoles para nuestra doctrina.
Por esa razón, yo no digo enseñar la doctrina: digo inculcar la doctrina entre las funciones de la Escuela Superior Peronista. Y además de inculcarla; unificarla.
Todas las doctrinas han sufrido terribles deformaciones en el mundo, y las deformaciones doctrinarias tienden a la diversificación de los grupos que las apoyan y terminan con disociar a las comunidades que las practican. No hay doctrina en el mundo que haya escapado a este tipo de deformación, por falta de unidad de doctrina. Por eso es función de la Escuela la unificación de la doctrina, vale decir, dar unidad de doctrina a los hombres; en otras palabras, enseñar a percibir los fenómenos de una manera que es similar para todos, apreciarlos también de in mismo modo, resolverlos de igual manera y proceder en la ejecución con una técnica también similar. Eso es conseguir la unidad de doctrina, para que un peronista en Jujuy y otro en Tierra del Fuego, con el mismo problema, intuitivamente estén inclinados a resolverlo de la misma manera, a través de la operación de cualquier inteligencia, que va desde la percepción al análisis, del análisis a la síntesis, de la síntesis a una resolución y de la resolución a la ejecución.
Si conseguimos que todos los peronistas en la República Argentina, cualquiera sea su situación de lugar y tiempo, lleguen a poner de acuerdo este proceso, nosotros habremos unificado la doctrina, porque en cualquier parte que estemos tendremos la unidad absoluta de doctrina. Esta también es función de la Escuela, y está considerada esa función como la principal autodefensa de nuestro propio movimiento y de nuestra propia doctrina. Nuestra doctrina puede ser desvirtuada, puede ser destruida y, en consecuencia, nuestro movimiento puede ser disociado y puede ser destruido por la mala interpretación de la doctrina y por la falta de unidad de doctrina que practiquemos los mismos peronistas.
Por esa razón, entre todas las funciones que pueden asignarse, yo he puesto estas cuatro cuestiones, como las más importantes, tanto la forma de inculcar como la forma de mantener la unidad.
Como tercer asunto, o tercera misión, creo que sigue en importancia la formación de los cuadros. Los cuadros peronistas deben ser cubiertos no solamente con hombres que trabajen para nuestro movimiento, sino que también deben ser predicadores de nuestra doctrina. Todos los movimientos de acción colectiva, si necesitan de realizadores, necesitan también de predicadores. El realizador es un hombre que hace sin mirar al lado y sin mirar atrás. El predicador es el hombre que persuade para que todos hagamos, simultáneamente, lo que tenemos que hacer.
Por eso considero que la formación de los cuadros, que ha de iniciarse en esta casa, es una función principalísima para el éxito de nuestro movimiento y de nuestra doctrina: formar hombres realizadores y formar también predicadores. Los dos son indispensables para nuestro movimiento. En esos cuadros quien logre ser a la vez realizador y predicador es el ideal que puede alcanzar un hombre. Pero hay algunos que no tienen condiciones para realizar, no los debemos desechar, porque ellos pueden tener condiciones para hacer realizar a los otros lo que ellos no son capaces de realizar. Es indudable que, en este orden de ideas, para el Movimiento Peronista todos los hombres que llegan a esta casa son útiles. Nuestra misión es capacitarlos para que sean más útiles. Debe estudiarse aquí a cada hombre, porque cada uno ha recibido, en diversa dosificación, condiciones que son siempre útiles, activas y constructivas para nuestro movimiento. Les daremos las armas que más cuadran a sus inclinaciones y a la misión que deberán desarrollar en la vida peronista, y si lo hacemos bien, ellos nos lo agradecerán y el Movimiento irá progresando paulatinamente, en proporción con la capacidad de que sepamos dotar a nuestros propios hombres.
Por eso la función es formar los cuadros de nuestro movimiento en esta escuela tiene una importancia extraordinaria, porque en la formulación de ellos ya va incluido todo el proceso anterior, de mantener, consolidar y desarrollar nuestra doctrina, inculcarla y tenerla al día, como ya hemos explicado, que son las cuatro funciones de la Escuela.
Ahora, dentro de la formación de estos cuadros, viene un capitulo que es de suma importancia: el de capacitar la conducción.
En los movimientos de hombres, en los movimientos colectivos, siempre la función más difícil es la de conducir. Por eso no existen muchos conductores en el mundo y muchas colectividades carecen de hombres que las sepan y las puedan conducir, porque la conducción es un arte, y los artistas no se forman, desgraciadamente, en las escuelas. Las escuelas dan técnicos, pero no dan artistas.
Por esa razón nosotros no decimos que puede ser función de la Escuela el formar conductores, porque los conductores no se hacen. Desgraciadamente, los conductores nacen, y aquel que no haya nacido, sólo puede acercarse al conductor por el método. El que nace con suficiente óleo sagrado de Samuel no necesita mucho para conducir; pero el que no nace con él, puede llegar a la misma altura por el trabajo. Por eso Moltke dijo una vez que el genio es trabajo. Al genio se llega por esos dos caminos. También es por la perseverancia, el perfeccionamiento, el trabajo constante, se puede llegar al genio.
Esas dos concepciones son las que nos apartan de la escuela fatalista del siglo XVIII, donde decían que si los artistas nacen no habría necesidad de cultivar las artes, ya que si nacen, nacerá solo, y si no, no llegará nunca a conformar un artista.
Yo no creo que todos los artistas hayan nacido. Hay un gran porcentaje que con el trabajo se acerca tanto al genio que ha llegado a conquistarlo. Por eso digo que esta cuarta función de la Escuela es quizá la más difícil y la que hay que manejar con una mayor prudencia para no descorazonar a los hombres y para prestar al Movimiento la ayuda más eficaz, en el orden de su conducción.
Por otra parte, la conducción, en el campo político, es toda una técnica. En el mundo, en general, no se ha estudiado mayormente esta conducción, porque los hombres encargados de realizarla, en su mayoría, no apuntaron a ser grandes conductores desde muchachos. Apuntaron a las demás inclinaciones, más o menos convenientes para ganarse la vida o para triunfar en la vida, pero pocos se han dedicado a profundizar lo que es la conducción, pensando a los quince años que a los cincuenta ellos serían conductores. De manera que poca gente se ha dedicado en el mundo a estudiar profundamente lo que es la técnica de la conducción.
La conducción política es todo un arte, y ese arte está regido por principios, como todas las artes. Si no tuviera principios no sería un arte, así como una ciencia que no tiene leyes tampoco es una ciencia. La diferencia que hay entre la ciencia y el arte consiste en que la ciencia se rige por leyes, leyes que dicen que a las mismas causas obedecen los mismos efectos, y el arte rige por principios que son comunes en su enunciación, pero que son infinitamente variables en su aplicación, y ahí está la dificultad del arte, porque el arte no presupone solamente la aplicación de leyes, sino también la aplicación de principios en los cuales la creación no es producto de una técnica. La creación es producto de una técnica. La creación es producto de una inspiración que los hombres tienen o no.
En esa técnica de la conducción es indudable que existen factores ponderables y factores imponderables.
Por esa razón, en este proceso no se puede aplicar un cálculo de probabilidades, porque los imponderables son tan grandes como los factores que pueden ser previstos y contrapesados en el cálculo.
El empleo de formas rígidas, en esta clase de acciones, no es posible. No hay recetas para conducir pueblos, ni hay libros que aconsejen cuales son los procedimientos para conducirlos. Los pueblos se conducen vividamente, y los movimientos políticos se manejan conforme al momento, al lugar y a la capacidad de quienes ponen la acción para manejarlos. Sin eso es difícil que pueda conducirse bien. No es la fuerza, no es solamente la inteligencia, no es el empleo mecánico de los métodos, no es tampoco el sentido ni el sentimiento aislado; no hay un método ideal para realizarlo, ni existe un medio eminentemente empírico. Es decir, es una concentración de circunstancias tan variables, tan difíciles de apreciar, tan complejas de percibir, que la inteligencia y el racionalismo son a menudo sobrepasados por la acción del propio fenómeno. Y para concebirlo hay solamente una cosa superior, que es la percepción intuitiva e inmediata y la contraacción que de ese fenómeno vuelve a reproducirse como fenómeno en la colectividad.
En esa acción, rápida, eficaz, donde se aplican los principios y se aprovecha la experiencia, no debe pensarse ni en el principio ni en la experiencia, porque si uno analiza ambas cosas, llega tarde y el fenómeno se ha producido en contra de todo cuanto uno había previsto. Es decir, que son acciones inmediatas que deben producir reacciones también inmediatas, donde la inteligencia interviene sólo en parte.
Hay una fuerza de distinto orden de percepción que los hombres tienen o no tienen y que los capacita o no para tomar por reacción inmediata lo que el racionalismo tardaría mucho tiempo para producir.
En este sentido, la planificación y todas esas innumerables operaciones que la inteligencia humana ha planteado a lo largo de los ciclos de todos los tiempos de la historia, no son suficientes. Es una cosa que se adquiere, que se posee. Es un fenómeno de aquellos que la inteligencia no puede ni podrá jamás explicar. Es una fuerza superior. Es muchas veces la suerte, el destino, la casualidad. Pero ellos suelen estar también guiados por una fuerza superior, donde la moral, la razón y la verdad podrían ser tres nombres magníficos para representar esas fuerzas que no podríamos dominar de otra manera.
Por eso se ha dicho que la conducción es un arte simple y todo de ejecución. Es un arte simple y todo de ejecución; sí... para algunos. Es un arte simple y todo de ejecución como son todas las artes. Pero hay una interpretación aun de esa fórmula simple de la conducción, y que es casi intuitiva. Por eso yo tengo un poco de fe en que las mujeres capacitadas para esto pueden llegar a grandes destinos, porque en ellas se ha conservado más profundamente guardada la intuición, y ese sentido de la conducción tiene mucho de intuición.
Conocemos casos, en la conducción, de hombres oscuros que no han cometido casi errores, y de hombres sabios que no han dejado de cometer casi ninguno de los errores a que fueron inducidos en el camino de la conducción.
Lo que aquí se puede enseñar, en la Escuela, es lo que conforma toda la teoría de la conducción, que es simple. Lo primero que se necesita es conocer la parte inerte del arte. La parte inerte del arte es lo que el hombre puede recoger de su inteligencia y reflexión y de lo que la historia presenta como ejemplo. Vale decir, hay una teoría que se conoce, que es conocida, que se puede enunciar con una serie de principios que nacen de la racionalización de los hechos mismos. Es un estudio filosófico de los hechos que cristalizan reglas, que en la mayor parte de los casos han dado buen resultado y han sido aparentes para la conducción. A eso llamamos principios.
En la historia hay un sinnúmero de ejemplos, que en tales circunstancias, mediando tales causas, produjeron tales efectos. Y eso le da al hombre la experiencia, experiencia que no puede esperar de su propia persona, porque la experiencia de la conducción llega tarde y cuesta muy cara, puesto que cuando uno la aprende ya no le sirve para nada.
Combinando el estudio activo de esos ejemplo, que la experiencia y la realidad presentan, como concretos, al análisis, mediante los principios que la inteligencia ha aislado quizás de los propios hechos, uno puede conformar una gimnasia intelectual que le va formando el criterio necesario para la interpretación rápida y eficaz de los hechos y las medidas que en consecuencia puede tomar. Se estudian todos esos ejemplos en la historia de la conducción política, no para aprenderlos por si se repiten, porque en la historia no se repite dos veces el mismo caso en igual forma.
No se estudian para aprenderlos: se estudian como una gimnasia para ser más sabios en todas las ocasiones. Y eso, realizado en forma activa, no en forma de conferencia o en forma, diremos, de lección. No, no; hay que hacer trabajar. No, no; hay que hacer trabajar. No, no; hay que hacer trabajar el criterio propio en cada caso, porque es el criterio el que va a servir en los casos y no el ejemplo ni el principio. Hay un caso famoso de la conducción, que se le presento al general Verdy du Vernois; citado por grandes autores, en la batalla de Nachau. Él había sido, durante veinte años, profesor de conducción en la Escuela Superior de Guerra de Francia. Llegó al campo de batalla y dijo: "¿Qué principio aplico aquí? ¿La economía de las fuerzas?", y el enemigo se venía encima: "¿Qué principio de la conducción aplica aquí?", y el enemigo seguía avanzando y habían tomado contacto con las vanguardias. "¿Qué ejemplo de la historia me puede inspirar para la batalla?", y el adversario seguía avanzando, y ya se producía la "mélange", como dicen los franceses. Hasta que él se dio cuenta y dijo: "Al diablo los principios y al diablo los ejemplos; veamos de qué se trata, veamos el caso concreto". Vio el caso concreto como era, resolvió de acuerdo con su criterio y ganó la batalla.
Las conducciones, de cualquier naturaleza, son todas iguales, porque los que varían son los medios y los factores; la conducción es una sola cosa para lo político, para lo social, para lo económico, para lo militar y para todos los ordenes. Quiere decir, señores, que los problemas que la conducción política plantea son casos concretos, a resolverse en sí concretamente. Si es necesario, tomar el fenómeno objetivamente; preguntarse en cada caso, como el general Verdy du Vernois: "¿De qué se trata?" Y la solución surge sola, y cada vez surge más fácilmente. Eso es lo que capacita para la verdadera conducción. Es el caso el que inspira y es el caso el que se realiza por sí.
Señores: sobre esto hablaremos mucho durante el año, porque yo voy a dar los cursos de conducción. Analizaremos profundamente toda esta difícil materia. Creo que nos costará trabajo, pero quedaré satisfecho si al final de mis cursos he conseguido formar hombres capaces de tomar una resolución y de realizarla, es decir, hombres de acción, porque la conducción ha sido hecha, por la naturaleza, para que se gasten y quemen allí los conductores.
La tarea de esta Escuela Superior Peronista, en mi concepto, no será la de formar peronistas: aquí vendrán los peronistas ya formados. La tarea nuestra será la de mejor capacitarlos y la de poner en sus manos el mayor numero posible de armas para hacerlos vencedores en la conducción de sus respectivas fracciones.
Nosotros no trabajamos aquí para la masa en forma directa, sino indirecta, influyendo sobre los hombres destinados a encuadrar esa masa y a conducirla, dando a esos hombres lo que en nuestro concepto se necesita para conducir, ya sea en los conocimientos de orden intelectual, como también en las cualidades de orden moral que hay que poseer y que hay que desarrollar en la masa peronista.
Por esa razón, nuestra tarea de instruir y de educar debe cumplirse con hombres de cierta evolución, y por eso se llama Escuela Superior Peronista.
Siempre se ha hablado, aquí, de la necesidad de educar al soberano, pero nadie se dedicó nunca, seriamente, a hacerlo, quizá por conveniencia política; pero nosotros esta vez también estamos decididos no a decir, sino a hacer, y estamos iniciando esta acción en cada una de las unidades básicas de los partidos femeninos y masculinos, como así también todos los sindicatos, donde ya se imparte, en las escuelas sindicales, la enseñanza política correspondiente; vale decir que nuestra función de dirigentes está destinada a ir elevando la cultura cívica y social de la Nación, y esto que nace hoy, con su célula fundamenta, la Escuela Superior Peronista, está destinado a preparar los cuadros que, capacitadamente, han de impartir después, en toda la República, esa enseñanza para la elevación de la cultura cívica y social de la Nación.
Esta función, señores, tiene para mí fundamental importancia, y recién hemos empezado a cumplirla porque, en medio del fárrago de trabajo que hemos tenido que realizar, todavía no habíamos podido cristalizar esta idea, que es nuestra desde hace mucho tiempo, casi desde que empezó nuestro movimiento. Sin embargo, iniciada aquí, en cursos rápidos de capacitación, llegaremos a realizar estudios regulares, tan pronto tengamos la capacidad del local y las posibilidades de hacerlo, en forma no solamente de capacitar, sino de ir formando verdaderos técnicos en esta acción, hombres que puedan dedicar la totalidad de su actividad para la conducción política de la comunidad argentina. Creo que esto es tan importante como con muchas otras profesiones, y que el Estado lo ha considerado fundamental cuando creo las facultades de ciencias políticas, que, desviadas de su función, no tuvieron, como efecto práctico para el pueblo, absolutamente ninguna misión.
Es indudable, señores, que esta escuela no puede ser una escuela teórica, no puede ser una tribuna de exposición pasiva de muchas ideas que ya conocemos. Es necesario que en esta escuela se cumplan dos funciones: que se haga un sector de la erudición, para capacitar intelectualmente en el conocimiento de nuestra doctrina y de nuestra manera de pensar; pero también es necesario que haya otro sector de escuela activa, para formar hombres y mujeres capacitados para esa función; vale decir que esta erudición será la base que le daremos al criterio de cada uno de los peronistas, para que con ese criterio, evolucionado, informado e ilustrado, pueda tomar buenas medidas y realizarlas bien en todas las ocasiones. Si nosotros conseguimos formar conductores mediante la enseñanza racionalizada de nuestra doctrina, de nuestra teoría y de nuestras formas de ejecución, habremos cumplido bien con nuestra misión. Pero si formamos solamente hombres capaces de decir, no habremos cumplido sino la mitad. Tenemos que formar hombres capaces de decir y hombres capaces de hacer, y en este caso se trata de formar, en lo posible, el mayor numero de hombres capaces de hacer, porque en este país, hasta ahora, no hemos formado más que hombres capaces de decir.
De manera que la Escuela Superior Peronista ha de ser eminentemente activa. Debe utilizarse un método lo suficientemente activo como para que los hombres se capaciten para obrar, para que pongan en juego su actividad, pero que lo pongan en forma criteriosa, en forma capaz de llegar a conclusiones constructivas, y que a la vez tengan la fuerza motriz suficiente para realizar, porque lo sublime de la producción, como lo sublime de las virtudes, no está en la enunciación, sino en la práctica de esas virtudes, de esas enunciaciones y de esos principios. Lo que nosotros queremos no es formar hombres que sepan enunciar tales cuestiones, sino hombres que cumplan esos principios, que tengan esas ideas y que posean esas virtudes. Si lo conseguimos, habremos cumplido con nuestra función de profesores de la Escuela Superior Peronista; pero si no lo conseguimos, cualquiera sean la abnegación con que ejerzamos la cátedra y el sacrificio con que la realicemos, habremos perdido lamentablemente el tiempo y les habremos hecho perder también a los alumnos su precioso tiempo.
Yo estoy persuadido de que esto no sucederá. Estamos bien de acuerdo sobre lo que queremos. Ahora nos queda solamente realizar, en esto, la tarea de cuidar nuestra escuela y elevarla a la consideración de todos. Y, sobre todo, señores, de honrarla cada día más, para que esta escuela tenga el prestigio que debe tener dentro de la masa de nuestros partidarios, para que todos la consideren y para que sea un centro permanente de irradiación, no solamente de los conocimientos peronistas, sino también de las virtudes peronistas.
En esta escuela no hemos de hablar solamente a los alumnos de lo que ellos tienen que hacer para triunfar en la conducción, o de lo que ellos deben hacer para que triunfe nuestro movimiento, sino también de lo que ellos deben ser para honrarlo y de lo que cada uno de nuestros hombres de la masa debe alcanzar y para que podamos decir en el futuro que desde esta escuela, que trabaja no únicamente sobre la inteligencia de los hombres, sino también sobre su alma, hemos irradiado no sólo luz, sino también el calor de las virtudes peronistas, sin las cuales el Movimiento Justicialista sería un movimiento político lindo al principio, bueno en la mitad y malo al final.
Porque, señores, estos movimientos triunfan por el sentido heroico de la vida, que es lo único que salva a los pueblos; y ese heroísmo se necesita no solamente para jugar la vida todos los días o en una ocasión por nuestro movimiento, sino para luchar contra lo que cada uno lleva adentro, para vencerlo y hacer triunfar al hombre de bien, porque al partido lo harán triunfar solamente lo hombres de bien.
Si la Escuela es capaz de realizar ese esfuerzo -y va a ser capaz porque pondremos todo cuanto sea necesario para hacerla triunfar-, hemos de ver, en el tiempo, su prestigio aumentado, su acción honrada por todos nosotros, y quizás algún día los que sean dentro de varias generaciones alumnos de estos cursos, sus directores y profesores, pueden decir que el 1° de marzo de 1951, cuando se fundó la Escuela Peronista, ya auguramos que su vida sería larga y proficua, para la Patria en primer término, para nuestro movimiento en segundo termino y para nuestros hombres en tercer término, formando generaciones de argentinos y de justicialistas que cada día fueron haciendo el mayor honor a nuestra patria y a nuestro movimiento.
Si la Escuela cumple, como anhelamos, esa función, y corre a lo largo del tiempo con su enseñanza y con sus virtudes, no tengo la menor duda de que en esa ocasión, dentro de varias generaciones, tendremos, de esas nuevas generaciones argentinas, el recuerdo, el cariño, y el reconocimiento a esta acción que hoy iniciaremos en la Argentina, pensando solamente en nuestra patria, en su felicidad y en su grandeza